lunes, 15 de junio de 2009

Cuando no pasa NADA...


Uno realmente jamás se da cuenta de todo lo que siente, o en realidad jamás nos gusta admitir que es lo que verdaderamente sentimos, somos propensos al autoengaño, de una u otra forma en el día a día encontramos la manera de hacernos creer que somos capaces o incapaces de sentir -o no- tal o cual cosa.

Siempre lo sabemos, en el fondo siempre sabemos, y con una seguridad inigualable, lo que realmente sentimos.

Sin embargo siguen existiendo esas veces en las que estás completamente seguro de sentir algo por algo o alguien e incluso en los momentos de ocio llegas a imaginar los posibles escenarios cuando dejes de tener la presencia de eso o esa persona.

La verdadera sorpresa es cuando pasa, das dos pasos y lo que pensabas tener seguro se va, entonces... NADA.

Simplemente no pasa nada, te das cuenta de que no fue tan difícil cómo parecía, y a ciencia cierta que es todo más sencillo y simple de lo que es y que si continúas caminando, dos pasos más tarde probablemente no recuerdes la ausencia.

Y un día en un sueño recuerdas lo que pensaste que harías o que sentirías y te da el raro sentimiento de haber cambiado demasiado en tan poco tiempo ¿no?, fue poco, siempre es poco, el tiempo jamás es suficiente.

Entonces me paro en un escenario en el que me siento feliz de haber crecido y superado algo que ahora veo muy lejano, verdaderamente lejano.

Es cómo de golpe describir que estabas observando con los binoculares en el sentido contrario, y que eso que veías lejano, sólo estaba a dos pasos, descubres las propias montañas de mentira que habías creado alrededor para beneplácito personal y que no importa cuanto intentes seguir pegado o aferrado a la idea de lo que jamás estuvo presente.

Te das cuenta, de que el tiempo trabaja, el tiempo borró cosas que jamás creíste poder borrar con tus manos…

viernes, 17 de abril de 2009

Margarita


Bajó la escalera cautelosa, sin saber si el ruido provenía de la calle o de su cabeza. Se detuvo en el tercer escalón, esperando una repetición del ruido aquél que le había parecido pronunciaba su nombre. Margarita –volvió a escuchar-. Ahora, segura de haber entendido claramente la pronunciación, bajó al segundo escalón sintiendo el frío del azulejo blanco contra sus pies descalzos; tardó tres segundos en pisar el primer escalón y sentir la flor de lis azul al centro de los azulejos.

Dio cuatro pasos más hasta la ventana y lentamente se asomó abriendo bien sus camaleónicos ojos verdes y agudizando los oídos. No vio a nadie. Un poco cansada de la idea de ser despertada a las cinco de la mañana por una broma, frunció el entrecejo y preguntó: ¿Quién es?

Luego de un momento, que le pareció suficiente para elaborar una respuesta, buscó decididamente las llaves de la enorme puerta de caoba dentro del bolsillo de su pijama de algodón, la introdujo en la rendija de la puerta y le dio vuelta hasta abrir la puerta.

Abrió de un tirón, confiada en no encontrar a nadie, y entonces lo vio a través de la reja, era el Shar Pei negro más hermoso que había visto en su vida; el perro la miraba fijamente, como si pudiera leer sus atribulados pensamientos que viajaban rápidamente, tratando de buscar una explicación lógica a lo que estaba pasando. Pasmada y en un estado de confusión, hizo lo que parecía más lógico dentro de esa ilógica situación: ¿Sí? -preguntó-. Al instante sintió ser la persona más inmadura y estúpida, pues aunque toda su vida había amado a los perros y juraba poder entablar conversaciones con ellos, jamás había recibido una respuesta verbal de ninguno.

No estás sola, –le respondió con una tenue voz- te está esperando, aguardando a que te topes con él. Lo miró fijamente, más preocupada por entender a qué se refería, que a explicarse el hecho de que le estuviera hablando: ¿Quién? -preguntó un poco más cómoda con la conversación-. ¿Crees que va a ser así de sencillo?, contestó irónico el Shar Pei.

Ahora, ya sin pensar en seguir buscando una explicación a la situación, se limitó a señalarle: Es de mala educación contestar una pregunta con otra, -al mismo tiempo que se sentía ofendida por el anterior cuestionamiento del perro- No me culpes a mí, él me educó.

Ante la impotencia de no poder preguntar de quién hablaba, lo miró fijamente y le dijo: ¿Eso es todo lo que has venido a decirme, o hay más? El perro sonrió levemente y le dijo: Lo que más le gusta es tu temperamento agresivo, ya me lo ha dicho. Y no, he venido a decirte que te está esperando, no lo busques, se van a encontrar y sabrás de quién hablo. Yo vendré con él, me quedaré contigo y todo estará bien.

Cansada y pensando que todo era una mala broma del perro, le dijo: Gracias por el consejo; si eso es todo, muchas gracias. Hasta entonces. El Shar Pei se limitó a decirle: Ten paciencia, ahí está y no se irá a ninguna parte sin ti.

Haciendo conciencia de lo que el perro le dijo, separó sus labios para decirle en el tono más honesto que jamás había usado en su vida: Gracias. El perro asintió a modo de respuesta y se alejó caminando hacia el parque cercano. Ella se quedó dudando más de su propia existencia que de la fidelidad de las palabras del perro; cerró la puerta, caminó hasta el sofá repasando mentalmente las últimas palabras que le habían dicho, se recostó en el mueble, deseando que lo dicho por el perro fuera verdad, y esperando recordar todo cuando despertara nuevamente cerró lentamente los ojos.


-Pako Reyes

viernes, 27 de marzo de 2009

27 de Marzo


El 27 de marzo, marcado en el calendario como el día de San Ruperto, era el día que mi abuelo –Ruperto Reyes Áviles- cumplía años, él fue la única figura paterna que ha existido en mi vida, claro, jamás fue una figura paterna como tal, porque al nacer yo, no sólo me encontraba con un hombre de 58 años –que a simple apariencia puede sonar bastante joven- que había sido padre más de la mitad de su vida, de nueve hijas y tres hijos bastante absorbentes, si no que además tenía que cumplir el rol de ser mi abuelo, y como tal había cosas que siempre me permitía, yo solamente lo disfruté 13 años de mi vida, muy poco tiempo, muy bueno claro está, pero poco.

“San” Ruperto Reyes me dejó muchas enseñanzas, cosas loquísimas, que todas han sido ciertas, siempre me decía: ‘cuando yo me muera vas a entender y entonces dirás: cuanta razón tenía el viejo’ desde luego me lo dijo cuando yo tenía como doce años, así que realmente no le daba el peso real a las cosas que me decía, jamás tampoco me tomé el tiempo o la libertad de anotar todos los consejos que me dio.

Tampoco fue necesario, por increíble que parezca, sus palabras quedaron más que grabadas en mi mente, y en mi razón, cosas que ni siquiera recordaba que me decía de pronto se me aparecen en el pensamiento cuando menos lo espero, es como si siguiera aquí junto a mi, ¡demonios! ‘conciencia’ se le llama, mi abuelo fue y es mi Pepe Grillo, desde luego eso no quiere decir que no sea capaz de acallar a la conciencia como todos lo hacemos cuando preferimos ser tontos de vez en cuando, pero siempre está ahí, su voz, su risa burlona esa que tenía, que tiene.

De un carácter increíblemente fuerte, de humor a veces negro, a veces simple, de un espíritu incansable, hermano de la tierra, siempre travieso, sé que pareciera que digo las cosas bonitas que a todo mundo le gusta decir de sus abuelos, pero no, es cierto, quien lo haya conocido no me dejará mentir, mi abuelo se parecía mucho al Puck que Shakespeare dibujó, siempre viviendo su propio sueño de verano.

‘Paco, mijo… afortunada o desgraciadamente los muertos jamás regresan’, eso me dijo un día que tenía miedo de irme a dormir a mi casa solo, recuerdo también como siempre se ofrecía a guisarme algo cuando mi abuela no estaba, yo no entendía, para mí los abuelos no sabían guisar, sólo las abuelas, por lo que innumerables veces desprecie las cosas que me preparaba, ahora me arrepiento.

Recuerdo también como me debatía internamente cada vez que me quería llevar al centro, era muy divertido salir a caminar con él, pero mucha gente lo conocía o al revés, así que cada cien metros se detenía a saludar a alguien, recuerdo mi sorpresa al saber que habían instituido el día internacional del teatro el día de su cumpleaños, que mejor día para celebrar el histrionismo.

Me escondía la comida, me espantaba, me correteaba por el patio, me aventaba piedras y palos entre las piernas para que me cayera de boca y me golpeara para después carcajearse, estornudaba sonoramente para crear un momento de confusión entre asco y risas, fue siempre como el Edward Bloom de ‘El Gran Pez’ inventaba cosas locas de su infancia o de su vida, y para poder saber la verdad había que irle a preguntar a la abuela Francisca, aún así hay detalles que a ella se le escapan de su memoria.

Recuerdo como me resistía a entrar a su cuarto entando él enfermo, recuerdo el día de su muerte, el ocho de octubre del 2001, el día del cumpleaños de mi tía Teresa, siempre he admirado su carácter para soportar algo de ese nivel el día de su cumpleaños, la verdad es que hay un poco de mi abuelo repartido entre sus doce hijos, recuerdo también el espantoso sonido de la ambulancia en la puerta de la casa de mi abuela, recuerdo a mi mamá subiéndose a la ambulancia con mi abuelo para ir al hospital donde mi tía Catalina los estaba esperando, recuerdo la llamada de mi madre para avisarnos que había fallecido, recuerdo el llanto desgarrador de mi tía Rosalía cuando oyó la noticia que mi madre le daba por el teléfono, recuerdo como se fueron enterando uno a unos sus doce hijos, Cristina llegando del trabajo, Ruperto regresando de comprarle unos pañales a mi abuelo, Carolina regresando de la Catedral, Pilar llegando de su casa para el cumpleaños de Teresa, Sara y Lupe que detuvieron sus actividades normales, Juan que venía de su casa, Miguel que estando en Tuxtepec tuvo que escuchar la noticia por teléfono y Teresa el día de su cumpleaños.

Este marzo cumpliría 79 años, cumple 79 años de estar acá entre nosotros, perdónanos abuelo si no te hemos extrañado, pero no nos has dado tiempo, el tiempo ese que es relativo, no nos ha separado, sigues entre nosotros… cuanta razón tenía el viejo.

-Pako Reyes