Uno realmente jamás se da cuenta de todo lo que siente, o en realidad jamás nos gusta admitir que es lo que verdaderamente sentimos, somos propensos al autoengaño, de una u otra forma en el día a día encontramos la manera de hacernos creer que somos capaces o incapaces de sentir -o no- tal o cual cosa.
Siempre lo sabemos, en el fondo siempre sabemos, y con una seguridad inigualable, lo que realmente sentimos.
Sin embargo siguen existiendo esas veces en las que estás completamente seguro de sentir algo por algo o alguien e incluso en los momentos de ocio llegas a imaginar los posibles escenarios cuando dejes de tener la presencia de eso o esa persona.
La verdadera sorpresa es cuando pasa, das dos pasos y lo que pensabas tener seguro se va, entonces... NADA.
Simplemente no pasa nada, te das cuenta de que no fue tan difícil cómo parecía, y a ciencia cierta que es todo más sencillo y simple de lo que es y que si continúas caminando, dos pasos más tarde probablemente no recuerdes la ausencia.
Y un día en un sueño recuerdas lo que pensaste que harías o que sentirías y te da el raro sentimiento de haber cambiado demasiado en tan poco tiempo ¿no?, fue poco, siempre es poco, el tiempo jamás es suficiente.
Entonces me paro en un escenario en el que me siento feliz de haber crecido y superado algo que ahora veo muy lejano, verdaderamente lejano.
Es cómo de golpe describir que estabas observando con los binoculares en el sentido contrario, y que eso que veías lejano, sólo estaba a dos pasos, descubres las propias montañas de mentira que habías creado alrededor para beneplácito personal y que no importa cuanto intentes seguir pegado o aferrado a la idea de lo que jamás estuvo presente.
Te das cuenta, de que el tiempo trabaja, el tiempo borró cosas que jamás creíste poder borrar con tus manos…